Santa Mónica, madre de San Agustín en el siglo IV, es reconocida por su fe inquebrantable, su paciencia y sus fervientes oraciones por la conversión de su hijo. Modelo de perseverancia y devoción maternal, encarna el amor paternal que transforma los corazones mediante la oración y la confianza en Dios. Llevar una medalla con su imagen es una forma de inspirarse en su tenacidad espiritual y pedir su intercesión para mantener la esperanza y la fortaleza en las pruebas familiares y personales.